Noventa

Afuera hay una tormenta. Mientras la lluvia murmura intensa, nos juntamos como marineros, balanceándonos en nuestro barco entres olas altas. Estamos sentados en el suelo, en círculo. Somos veinte en una habitación que se siente demasiado pequeña, con una luz demasiado fuerte. Hay disonancia entre la belleza de nuestra conexión y mi incomodidad física.

Soy consciente, tal vez todos lo somos, que cada uno de nosotros está funcionando como cable eléctrico. Somos responsables de mantener una tensión: a través de nosotros pasa algo que se necesita para este proceso, algo más allá de nuestra comprensión racional. En las últimas dos horas, las palabras se han transformados de sonidos a agujas; La voz de Marius es acupuntura emocional. Y a medida que la presión nos alcanza, nuestros cuerpos toman turnos en colapsarse más cerca del piso, derritiéndose y endureciéndose en una exploración silenciosa de nuestras consistencias.

En este momento, en el medio de la habitación hay dos sillas de madera oscura, una frente a la otra. En la silla frente a mí esta sentada Noventa, el “robot” de la comunidad.

Noventa fue creada hace dos días en un acto de ‘liberación’ de cualquier responsabilidad de desear, querer, tener opiniones y crear. Se convirtió en “Noventa”, un robot de los años noventa que sigue órdenes básicas. Muchos nos sentimos raros con este juego de roles: ¿qué significa dar órdenes? ¿Soy una mala persona si me relaciono con Noventa? ¿Es esto una pedagogía demasiado dura? ¿Cómo se siente Marie?  ¿Va a estar bien? Nos animaron a relacionarnos con Noventa. Algunos le pidieron un masaje en los pies, otros le asignaron tareas de limpieza, incluso terminó siendo “ordenada” bailar sobre una mesa. Yo pedí a Noventa que me hiciera un café y a pesar de la incomodidad, me gusto’ la estrategia.

Conocí a Marie hace solo un par de semanas, pero atrás de la delgada capa de acero en sus ojos pude ver a una nueva amiga. Marie es una ingeniera francesa, brillante y entrenada para seguir ordenes y ser precisa. Esto funciona bastante bien en el “mundo real”, trae éxito. Excepto que también le trajo ciclos de agotamiento y desconexiones. Entonces, cuando Marie se convierte en el robot “Noventa”, todos los mecanismos para seguir órdenes se intensifican y exageran. Detrás de una cáscara, hay Marie esperando manifestarse. Sin embargo, su robot interno necesita hacerse visible, endurecerse y desmoronarse para que Marie salga. O esta parece ser la lógica, y, como estamos aprendiendo, antes de la liberación llega la incomodidad, un dolor de hijodeputa al ver partes de nosotras mismas morir.

Entonces, mientras veo Noventa sentada en esta silla de madera, estoy conectada con las partes de mí que necesito dejar morir. Las percibo y preparo mi rendición, mi luto.

Marius pidió a Noventa que se sentara en una de las dos sillas y mirara hacia la silla vacía frente a ella, imaginando hablar con la Marie del futuro, la que ella quiere devenir. La versión de ella misma detrás de Noventa.

Marie se parece mucho a un robot cuando empieza el ejercicio. Sacude la cabeza ligeramente: no veo nada. Marius asegura que todavía no hay nadie: todavía también veo una silla vacía. Imagínate, créate. Marie parece bloqueada, y estamos invitados a pararnos detrás de ella, tocar sus espaldas y describir lo que vemos.

La lluvia cae más fuerte y apenas puedo escuchar cada voz, pero no necesito escuchar. Declaración por declaración, en la silla vacía aparece Marie como una diosa. Un ser amoroso, con un cuerpo fuerte, ojos transparentes, cariñosos y agudos. Hay estrellas fugaces y cosas extrañas que pasan en el cuarto, luces y movimientos que no entiendo completamente. Es un proceso de creación sostenido por este círculo, y todos somos muy conscientes de esto, manteniéndonos más derechos y más presentes que un momento antes.

Finalmente, Marie da un paso adelante, se mueve hacia la silla vacía, y con un brillo diferente entra en la proyección de su diosa.

Estamos en reverencia de este ritual. Todas las ilusiones se suspenden y encuentran un respiro en la presencia requerida para contener este espacio. Por un instante me libero de mi propia búsqueda de individualidad, de mis propios deseos, mi propia rabia, mis propios impulsos. Y estoy agradecida porque, a medida que Marie se convierte en una diosa, se hace más obvio que nunca que el crecimiento de los demás también es el mío. Me suavizo ante la posibilidad de mi propio devenir: detrás de las capas de confusión y fango en mis ojos, vislumbro a la diosa que se esconde dentro de mí.